Barça, la tierra modifica el ADN.
Ya casi se terminaba el muy recomendable tour Europa joven, que consiste en un recorrido panorámico por las capitales en treinta y un días. No hay que prejuzgar lo panorámico, es verdad que internarse en lo no tan turístico es impagable, pero el poder ver, oler, tocar, oír y saborear todo eso que siempre se admiro en fotos o sueños es una experiencia reveladora para el que pisa el viejo continente por primera vez.
Había visto para ese entonces la Capilla Sixtina, el barrio rojo de Amsterdam, las torres Eiffel, de Londres y de Pisa, la infinidad de mosaicos de San Marco, El Coliseo, la casa de Mozart. En fin... el verme ahora sonriente en las fotos, con anteojos y gorrito rayado, me hace acordar a al libro "¿Dónde esta Wally?".
Parecía que mi capacidad de asombro estaba totalmente agotada, solo faltaba conocer Barcelona, dos días en Madrid y ritornamo subito. Los admiradores de Serrat estaban expectantes, ya habían preparado los auriculares para hacer su recorrido temático, pero como a mi no me gusta Serrat pense que ese destino tendría solo de interesante Dalí, nada mas, de cualquier forma ya había tenido suficiente.
Debo aclarar, antes de seguir, que mi bisabuelo, al que no conocí, fue un panadero catalán que llego a ciudad La Plata cuando estaban construyendo nuestra Catedral y las paredes le llegaban solo a la rodilla. En septiembre de este año la familia cumple 100 años en este mismo barrio, en la misma casa.
Resulto ser que viniendo de Niza entramos a España, y caí en la cuenta en que estaba en la provincia de Catalunya, me fui adelante del micro para ver de frente el paisaje, a este punto me resultaba tedioso mirar de costado por la ventanilla, me senté en el piso del pasillo, al rato Juan Antonio, el chofer, me dijo: "Pero María, menudo resfriado te has pillado, límpiate las narices". "No, es que estoy llorando" le dije. Efectivamente estaba llorando. Era un llanto del que no me daba cuenta y no podía detener, no era tristeza o rabia, tampoco era alegría o felicidad, no se... nunca encontré la palabra exacta, buenisimo. Sucedió imprevistamente; el ver una indicación en la ruta que decía “Tarragona 150”, el pueblo de mi bisabuelo, había logrado emocionarme hasta las lagrimas. En un instante reaccionaron mis glándulas al mensaje subliminal pacientemente sembrado durante años. El David de Miguel Angel solo pudo escalofriarme aunque esta desnudo y refleja mucho mas talento creador que ese cartel.
Un rato mas y arribamos a Barcelona. Aquí las calles eran derechas, si miraba para un lado veía una esquina, y después otra y otra, para el otro lado lo mismo; también tiene diagonales. Si bien son muy pintorescas las manzanas con forma de dodecágono irregular de la edad media y que también es incomparable perderse el laberinto veneciano y que sean un desafío los nombres de las calles checoslovacas que son legibles solo como siglas porque no tiene vocales, pero después de un mes, como buena platense, estaba extrañando un poco la lógica pitagórica de mis pagos. Ya me había empezado a gustar.
Llegamos al hotel, que era la casa natal de Joan Miro, a pocos metros, en la plaza del barrio gótico, estaban bailando sardana con una orquesta, es el baile típico catalán en forma de ronda donde participa todo el que quiere. Baje la valija, la que tire en el hotel en alguna parte y me fui corriendo a la plaza (lo bueno de los tures es que no hay que preocuparse por las cosas importantes como donde bajarse para ir al hotel o el hotel mismo, esta todo armado para llegar y sumergirse al instante sin otro trámite, mas allá de lo que opinen los mochileros). Allí me puse a hablar con un señor, que debe haber notado mi cara de entusiasmo y le empece a cantar una canción en catalán que me había enseñado mi abuela, ignoro como llego la conversación a este punto porque yo alucinaba, y el señor me la SIGUIO CANTANDO. ¡Si! ¡Cuatro generaciones y un océano de por medio habían conservado mi pronunciación! Fue una emoción extraordinaria, imposible de repetir.
Al día siguiente salí a caminar sola, un buen detalle para que nadie arruinase con sus opiniones mi aventura. Me detuve a mirar las panadería que lucían repletas de "cocas", una especie de pizzas con azúcar arriba que hacían mis tíos, a las que no se las puede, mejor dichos nos se las debe, cortar con cuchillo, hay que partirlas con la mano, desconozco el fundamento aunque sospecho algo bíblico. Además encontré el pan con semillas de anís, las trenzas, en fin, toda la artillería de hidratos de carbono que solo vi pertrechada en mi casa o en la de mis parientes. Asimismo comprobé que todos los libros que tengo impresos en Barcelona también se venden en los cientos de librerías que hay ahí también.
Seguí mi recorrido en metro, ambientado con música de vanguardia, hasta la catedral de la Sagrada Familia, un neogotico de plastilina o arena de playa, interpretado por Gaudi que termino pisado por un tranvía sin poder verla terminada. La fachada mas nueva esta hecha por otro arquitecto con una onda totalmente distinta, feo para mi gusto o ignorancia. Barcelona es una ciudad de avanzada, en contraste con el resto de España que no lo es tanto, por ejemplo eso de haber restaurado la monarquía en el S XX y las corridas de toros no es muy progresista que digamos. C'est la vie... Caminando por las avenidas llegue al Mediterráneo, que es de color azul mediterráneo no tiene otro adjetivo que lo describa mejor, las gaviotas estaban posadas en el agua, el sol iluminaba con cierta intensidad lo que hizo posible que me quedara en mangas cortas, el cielo rojo del atardecer, los barquitos amarrados en el muelle, era la primera vez que estaba allí pero la escena daba la imposible sensación de nostalgia, podría haber estado mucho tiempo en ese estado sin notarlo.
Pero se vino la noche y volvió el ritmo, fuimos a comer paella. La paella es la versión del guiso local, nuestro guiso típico es el locro, como ellos tienen langostinos en exceso se los ponen al guiso junto con pescado y todo tipo de fauna marina primitiva, colorean el arroz con un poco de azafrán y les queda paella. Al buscar un postre vi en la carta "Crema catalana". "¿Será o no será?" fue mi intriga. La pedí y la probé. "Por tu cara, es." dijeron mis amigos acompañantes. "Si, tiene limón, es la de mi abuela". No me acordaba del limón. La crema catalana es nuestro chuño de fécula de maíz pero saborizado con limón. El sentido del gusto esta desestimado a la hora de disparador de emociones, otra mas y van... Para rematar fuimos todos a bailar temprano, acorde a nuestra dedicada labor de turista, al Maremagnum. Este complejo de diversión es un conjunto de boliches sobre el mar, en los que no se cobra entrada, y como están contiguos se puede pasar de uno a otro siguiendo el ritmo que mas te guste para la pachanga. Aunque para esta altura estaba todo bien, me gustaba cualquier cosa.
Uno viaja con la excusa de ver un montón de cosas obvias y nos parece que el hecho encontrarlas nos cambiara la vida, pero lo que funciona de ortodoncia y abre la mente es el toparse con lo insólito en el camino a lo esperado, y no hay nada mas insólito que la parte desconocida de uno.
Después de haber estado en Barcelona y ver lo que me produjo, me atreví a enunciar la teoría “Geogenetica”, que dice: Es posible que la tierra modifique el ADN de los genes que regulan los sentimientos sobre ella para perpetuarlos por generaciones.
El poder que tiene Pacha Mama es inconmensurable. ¿Quien sabe?
María Celia Zárate Insúa ©